miércoles, 22 de abril de 2009



















Andaluces de Jaén,


aceituneros altivos,


decidme en el alma: ¿quién,


quién levantó los olivos?







No los levantó la nada,


ni el dinero, ni el Señor,


sino la tierra callada,


el trabajo y el sudor.





Unidos al agua pura


y a los planetas unidos,


los tres dieron la hermosura


de los troncos retorcidos.





Levántate, olivo cano,


dijeron al pie del viento.


Y el olivo alzó una mano


poderosa de cimiento.





Andaluces de Jaén,


aceituneros altivos,


decidme en el alma: ¿quién


amamantó los olivos?





Vuestra sangre, vuestra vida,


no la del explotador


que se enriqueció en la herida


generosa del sudor.





No la del terrateniente


que os sepultó en la pobreza,


que os pisoteó la frente,


que os redujo la cabeza.





Árboles que vuestro afán


consagró al centro del día


eran principio de un pan


que sólo el otro comía.





¡Cuántos siglos de aceituna,


los pies y las manos presos,


sol a sol y luna a luna,


pesan sobre vuestros huesos!





Andaluces de Jaén,


aceituneros altivos,


pregunta mi alma: ¿de quién,


de quién son estos olivos?





Jaén, levántate brava


sobre tus piedras lunares,


no vayas a ser esclava


con todos tus olivares.





Dentro de la claridad


del aceite y sus aromas,


indican tu libertad la libertad


de tus lomas.





HERNÁNDEZ, M. (1979). Obra poética completa. Madrid: Zero.

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